Biografía

José Hernández Cano y su hermano Francisco en la escuela. Hacia 1939.
Trabajando junto a Juan García Carrión y Pepe González Marcos. Hacia 1952.
En la casa familiar de la Carretera de Alcantarilla. Años 60.
Los artístas Juan González Moreno, Antonio Garrigós, Antonio Campillo, José Molera, José Hernández Cano y Juan Díaz Carrión. Hacia 1959.
José María Párraga, Antonio Ballester, José Hernández Cano, Monique y Mariano Ballester de camino a San Antón para bendecir una cabra el día del Patrón de los animales. Años 60.
Reunión de amigos con motivo de la despedida a Paco Toledo por su traslado a Madrid. Hacia 1959.
José Hernández Cano en su estudio.
José Hernández Cano con su mujer Mariola Monllor en el Archivo Notarial, en la Calle Vara de Rey. Hacia 1969.

Vida del escultor murciano José Hernández Cano

Durante la quema en el Plano de San Francisco de la Purísima de Salzillo, obra culmen del escultor, la madre de José Hernández Cano sufría las primeras contracciones según ella misma relataba. En su DNI siempre constó como fecha de su nacimiento el 6 de mayo de 1932, pero al ser este acontecimiento anterior se solicitó la partida bautismal en la Iglesia del Carmen y efectivamente la fecha era el 16 de mayo de 1931, que otorga más veracidad a la anécdota que lo que constaba en el registro.

José Hernández Cano nace en la casa paterna en la Carretera de Alcantarilla km 1 nº 102, inmersa en plena huerta murciana. Su padre fue Pedro Hernández Guillamón, dedicado a su huerta, y su madre Isabel Cano Ortín que aprendió a leer con la voluntad de conocer la vida de los santos, sacaron adelante muy holgadamente para la época a cinco hijos: Manuela, Antonia, Pedro, José y Francisco, gracias a su ingenio y mucho trabajo. El padre lo mismo hacía de maestro de obras en las construcciones de nuevas casas, que castraba a los marranos, tallaba una virgen, montaba una barraca en Los Alcázares todos los veranos, amortajaba a los hombres sin recursos o ejercía de hombre bueno en el reparto de las aguas y con las lindes de las tierras, ya que era muy respetado por su carácter y su sentido de la justicia.

Empieza sus estudios con un maestro muy católico en la Calle Cartagena D. José Ripoll, ya que era época de guerra y su padre decide llevarlo allí. Una vez acabada la guerra continúa con otro maestro que está más cerca de su casa en la carretera de Alcantarilla, D. Ángel Molina un maestro republicano, él es el que nota que destaca por sus habilidades artísticas haciendo mapas y en las clases de dibujo de los viernes por la tarde, y así se lo hace saber al padre quien consigue que entre en el taller del escultor Bernabé Gil en la Calle Baraundillo a la edad de catorce años, donde comienza a modelar en barro. Lo compatibiliza con los estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Murcia en las asignaturas de dibujo y modelado, donde tiene como profesores entre otros a José Planes, Luis Garay y Clemente Cantos.

De allí pasa a trabajar con Carlos Rodríguez y posteriormente, por mediación del escultor Antonio Campillo y D. Mariano Aroca, párroco en ese momento de la Iglesia del Carmen, entra en el taller de Juan González Moreno en el antiguo Archivo Notarial en la Calle Vara de Rey a la edad de 17 años, donde desarrolla el oficio de imaginero y aprende las técnicas del vaciado, saca de puntos, talla en madera, dorado, estofa y policromía. Cabe destacar la colaboración con Juan González Moreno en varios de los pasos procesionales de la semana santa murciana y en los relieves del santuario de la Virgen de la Fuensanta.

El ático del Archivo Notarial era un espacio cedido por el Ayuntamiento donde diferentes pintores y escultores realizaban su obra e intercambiaban impresiones. Entre ellos se encontraban, Juan González Moreno, Mariano Ballester, Antonio Garrigós, Paco y Pepe Toledo, González Marcos, Antonio Campillo, José María Párraga y otros. La cercanía de los estudios de otros artistas en el barrio de Santa Eulalia como el de Juan Díaz Carrión, Pedro Pardo y Elisa Séiquer, hacía que el grupo de artistas fuera numeroso y con gran contacto.

Cuando se convocan becas para ir a estudiar a Madrid, los compañeros lo animan a presentarse, pero siempre prefiere quedarse, pues considera que la huerta de Murcia es la fuente de su inspiración.

Alrededor del 1968 decide abandonar el Archivo Notarial y se construye un pequeño estudio en las tierras de la familia en el Camino Hondo. En ese momento se le despierta la inquietud de trabajar con la piedra y el mármol, como ya hicieron los grandes escultores de la historia a los que tanto admiraba, por lo que para aprender la técnica decide trabajar en las canteras. Posteriormente trabaja con Manuel Tornel, Pedro el Cantero y Serrano, y practicar su labor realizando allí numerosas lápidas. El mármol y la piedra son los materiales que junto con el barro, la madera y el bronce utilizará, puesto que los considera los materiales nobles por excelencia.

En 1972 se casa con Mariola Monllor Molina, hija de Jorge Monllor, pintor y gran amigo de Mariano Ballester, ya que precisamente se conocen debido a esa amistad surgida en el Archivo Notarial, y de ese enlace nace su única hija María Isabel. Cuando su trabajo le permitía reunir algunos ahorros le gustaba pasar temporadas en Madrid y Barcelona, dibujando del natural en los Círculos de Bellas Artes de esas dos ciudades, donde era capaz de hacer hasta 3 bocetos en los diez minutos que duraba cada posado.

Su ideología política, hasta entonces poco expresada pero por todos sabida, hace que se afilie al Partido Comunista. Durante este periodo de tiempo hay cambios políticos y él que tanto albergaba la esperanza de un mundo mejor, considera que estos cambios no son los que él tanto ansiaba, por lo que decide junto con Jose María Párraga repartir octavillas abogando “por la belleza y el equilibrio” mientras alzaban pancartas durante las inauguraciones de las Bienales de pintura y escultura que organizaba la Consejería de Cultura y las exposiciones Contraparada que cada septiembre celebraba el Ayuntamiento en el Almudí, porque según ellos se gastaban muchísimo dinero en artistas abstractos de fuera, y no se cuidaba lo suficiente a los artistas murcianos.

Viendo que era una lucha imposible, y añadido el del fallecimiento de su padre al que tanto admiraba (dejó de cantar flamenco que tanto le gustaba mientras trabajaba), decide recluirse, perdiendo el contacto con la mayoría de sus compañeros ya que se encierra solo en su estudio inspirado por la naturaleza del entorno de huerta donde estaba ubicado su taller y se centra únicamente en sus creaciones, realizando en ese momento múltiples encargos privados, y trabajando también en investigaciones que le interesan: de ahí surgen los homenajes a obras históricas que vemos en la exposición, y en las que el desnudo femenino es el indiscutible protagonista, especialmente del Renacimiento, figuras masculinas extremadamente delgadas, que Hernández Cano decía que eran el principio de la escultura y de sus toreros.

Viaja frecuentemente a Madrid para fundir obra con Capa, aunque posteriormente decide continuar trabajando con Ismael Hernández, un trabajador de Capa que monta su propia fundición y al que le une una gran amistad. Conoce a Anastasio Martínez, que le alienta a obtener el título de Graduado en Artes Plásticas en la especialidad de “Talla y de Maestro de Taller”, título que obtiene en 1984, para luego opositar como profesor. Pero después de obtener los títulos decidió no optar por la docencia, pues consideraba que le quitaba libertad para realizar su obra.

Comienza a pasar los veranos en Mazarrón junto a su familia, decidiendo este lugar porque allí residían tanto su primo Pedro, panadero del Puerto, al que a veces ayudaba y al que le une un gran afecto, como un primo lejano, Paco el Picón, pescador con el que se iba en el barco a faenar y con quien vivió numerosas anécdotas. Allí encuentra a Antonio Segado del Olmo, y éste con el carácter afable que le caracterizaba consigue reunir un grupo de artistas que también veraneaban allí, como Pepe Lucas, Pedro Guerrero, Pepe Caride, Aurelio… pasando juntos noches inolvidables dialogando sobre arte y política, tanto en el porche de su casa, como en la cafetería el Faro. Es en estos veranos cuando disfruta de ver amanecer mientras se baña en Bolnuevo, hace yoga, da largos paseos en bicicleta y, en definitiva, encuentra la inspiración y necesidad de escribir sus pensamientos.

Alrededor del 1993 decide publicar un pequeño libro titulado “La Perestroika del escultor” que regala a amigos, ilustrado por José María Párraga, con reseña de Pedro Soler y fotografía de Ángel Martínez.

Es nombrado Académico Correspondiente en 2001 por la Real Academia de Bellas Artes de Santa María de la Arrixaca.

Sigue trabajando en su estudio rodeado de sus palomos; disfrutaba viéndolos volar y observando su comportamiento, era un enamorado de las aves porque para él eran la máxima expresión de libertad. Desarrolla su obra buscando en sus raíces la provocación desde la belleza de sus obras “Ante una gran faena de un torero, todo el mundo vibra y se pone de acuerdo. Lo que hace falta para entendernos es arte y artistas con valor para ejecutarlo”.

Deja de trabajar cuando nota que tiene sus facultades mermadas, sin que en ningún momento se note un cambio en su trayectoria artística, ni disminución en la calidad.

Fallece el 18 de septiembre de 2017.

El anhelo de toda su vida fue que se creara un centro donde los artistas pudieran juntarse, conocerse, comunicarse y cambiar impresiones, ambiente que él conoció durante su juventud en el Archivo Notarial.

José Hernández Cano, alto, de mirada azul penetrante y presencia que no dejaba impasible, de una gran sensibilidad, aunque brusco ante las injusticias, noble, recto, sabio, fue un hombre libre que estuvo al margen de tendencias artísticas, y ante todo un enamorado de la vida, la naturaleza y del arte en todos sus sentidos, un buscador incansable de la belleza que llevaba dentro de sí.

Texto fruto de una primera investigación, susceptible de posteriores ampliaciones o modificaciones.

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